lunes, 29 de mayo de 2017

Venganza

Yasunari Kawabata, Lo bello y lo triste (1964)
Tetsuya Nakashima, Confessions (2010)
Mejor película, dirección y guión en los Premios de la Academia Japonesa 2011
Nobuaki Minegishi y Garon Tsuchiya, Old Boy (1996-1998)
Premio Eisner a la Mejor edición de material internacional 2007
-Porque todavía lo amas... porque no podrás dejar de amarlo mientras vivas. -La voz de Keiko se quebró-. De modo que quiero vengarte -concluyó.
Tras haber leído en la tertulia varias novelas del primer japonés galardonado con el premio Nobel de literatura (Mil grullas, El rumor de la montaña) ya conocemos cuáles son las claves de su obra: la observación del entorno como marco y detonante de las tramas; el interés por la tradición cultural japonesa amenazada por el cambio generacional; el arte como elemento fundamental para explicar la vida; las relaciones entre los personajes tejidas a partir del deseo, los celos, el recuerdo obsesivo y la venganza; la pérdida y la negación de la felicidad.
Lo bello y lo triste es un relato breve, pero nos hace sentir que hemos leído muchas más páginas gracias a un lenguaje donde cada frase parece cuidadosamente planificada para encerrar un significado profundo. Como los personajes, que nada dejan al azar en sus diálogos y parecen esconder otros sentidos en todas sus palabras, Kawabata es un maestro de la denotación -el significado objetivo, la descripción precisa- y la connotación -la sugerencia de otros significados unidos a los sentimientos y valores-.
Placer y dolor, homosexualidad y heterosexualidad, deseo y repulsión, sinceridad y engaño, arte figurativo y abstracto, escritura y pintura, juventud y vejez, nacimiento y muerte... Esas dualidades se unen a la función de espejo imperfecto que Keiko y Taichiro representan -algo similar vimos en Mil grullas- y nos recuerdan una y otra vez que belleza y tristeza son dos caras inseparables de nuestra realidad.
Además, la obra está plagada de simetrías, parejas duplicadas o excluyentes: el retrato de la madre que se asemeja a un autorretrato de Otoko, la pintura de dos geishas que son solo una y que es copia de una fotografía, la permanencia de la piedra y la rápida desaparición del recuerdo de las personas, la mujer real -la pintora- y la literaria -la protagonista de Una chica de dieciséis-, el seno izquierdo y el derecho vetados al padre o al hijo... ¿Cuántos de esos pares habéis encontrado durante la lectura?

Nakashima sustituye en Confessions la variedad cromática, la luz y la alegría de Kamikaze girls por los tonos de gris y la oscuridad de la sangre. Los cielos tienen colores tan diferentes en ambas películas... Sin embargo, ambas comparten una puesta en escena que se sale de lo convencional, reservan un importante papel para la música y nos invitan a reflexionar sobre las disfuncionalidades de la sociedad contemporánea.
Basada en la novela homónima de Minato Kanae, la historia, que conocemos progresivamente a través de cuatro narradores, ejemplifica con toda la crudeza posible -y, al mismo tiempo, con gran belleza y precisión técnica- la facilidad de caer en una espiral de odio y venganza sin salida, de búsqueda de culpables y creación de nuevas víctimas y verdugos.
La situación de los adolescentes sigue siendo el interés central del director: la confusión y el aislamiento, la falta de perspectivas, los efectos nocivos de la actual sociedad de la información, que potencia la tiranía de la imagen y la búsqueda a cualquier precio de la popularidad virtual...
Pero, sobre todo, nos habla de qué puede pasar cuando el amor está ausente, cuando faltan referencias que eduquen y protejan, que acompañen y quieran sin condiciones, que corrijan y ayuden a crecer.

Al leer sus primeros capítulos, Old Boy puede parecer un seinen (manga dirigido a adolescentes y hombres adultos) más: héroe masculino, argumento centrado en la acción,  personajes femeninos con un rol de acompañante secundario, toques de humor y escenas de contenido sexual.
Sin embargo, en poco tiempo la obra comienza a mostrar sus verdaderas intenciones. Shinichi Goto, pese a haber permanecido encerrado entre los veinticinco y los treinta y cinco años, no busca venganza sino una explicación. Se convierte, además, en un protagonista atípico, que sustituye la iniciativa y demostración de fuerza física iniciales por la desorientación y el temor. Serán las mujeres quienes le permitan avanzar hacia su objetivo, facilitándole apoyo emocional (Eri) o incluso pensando y tomando decisiones por él (Yukio Kusama).
A lo largo de setenta y nueve capítulos, sus autores nos muestran la vida cotidiana de Tokyo en los años noventa, especialmente en el Shinjuku Golden Gai, una peculiar zona de ocio con locales minúsculos. Además, plantea constantemente en los diálogos el retrato de una sociedad errática -como su protagonista- tras explotar la burbuja especulativa, financiera e inmobiliaria, así como una reflexión sobre el precio a pagar -la despersonalización, la falta de objetivos individuales, ilusiones y tiempo para vivir- para poder formar parte de la sociedad capitalista contemporánea.
En el apartado gráfico, destaca el uso de las transiciones momento a momento (muestran con detalle una acción, representando un espacio breve de tiempo en varias imágenes) y de aspecto a aspecto (con viñetas que describen desde distintos puntos un mismo escenario). Ambos recursos contribuyen a ralentizar la acción, fijar la atención del lector e incrementar la tensión y el suspense.
Quizá el elemento más flojo de la obra sea la velocidad con que se explican las motivaciones de Kakinuma, que pueden parecer pueriles si no se indaga en su verdadero significado. Decir más sería destripar el final, así que dejaremos el debate para la tertulia :-)


¿Como conclusión?
Tres obras en apariencia muy distintas, pero que coinciden en un retrato pesimista de la sociedad japonesa.
En ninguna hay vencedores, solo personas que pierden aspectos de su vida que nunca podrán recuperar.

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