jueves, 11 de noviembre de 2021

Amantes

Kôbô Abe, La mujer de la arena (Suna no onna, 1962)
Premio Yomiuri 1962
Kenji Mizoguchi, Los amantes crucificados (Chikamatsu monogatari, 1954)
Takeshi Kitano, Dolls (2002)

Amante
1. Que ama. 3. Amado o querido. 4. Cada una de las dos personas que se aman. 5. Persona que mantiene con otra una relación amorosa fuera del matrimonio.
Tres figuras claves de la cultura nipona de los siglos XX y XXI nos ofrecen relatos magníficos donde conviven belleza y desesperanza, reflejan la naturaleza múltiple y compleja del amor y el deseo -desde el enamoramiento hasta la violencia- y recuerdan cómo las relaciones personales, incluso las más íntimas, están condicionadas por la presión social, los intereses económicos y el mercado.


Kôbô Abe
construye una historia incómoda, desasosegante, en la que lo extraño nos desorienta tanto que se convierte en opresivo. Con su narrador equisciente nos introduce en la conciencia del protagonista y logra atraparnos en los límites de su mirada parcial, nos concede solo una explicación incompleta de los hechos y facilita que conectemos con su sufrimiento.
Posiblemente tal profusión de mutantes se debe a que el ambiente en que viven las moscas es parecido al del hombre. (...) El hecho de que las moscas muestren una gran adaptabilidad significa que pueden vivir incluso en condiciones desfavorables, adversas para otros insectos (...).
De esta manera, apenas concede al lector puntos de apoyo a los que agarrarse, a semejanza de la experiencia de Jumpei en su pelea desigual contra la arena. La racionalidad extrema y el gusto obsesivo de este hombre por la "definición precisa" se desvela como un inútil sinsentido cuando intenta explicar su nueva realidad (como el encierro o el deseo). Su impotencia de origen psicológico, el temor a las relaciones sexuales, solo desaparece con la desgracia. La naturaleza es amenazante, y la novela muestra con insistencia cómo destruye, sin apenas alivio posible, el cuerpo. Y la ironía se convierte en amargura al presentarnos a un personaje que desea huir del anonimato, ser relevante, pero del que apenas se repite su nombre y acaba siendo una pieza más (un insecto, imagen anunciada desde el principio) del engranaje productivo.

(...) se suponía que él era una pobre víctima que casualmente había caído en la trampa. Pero desde el punto de vista de los aldeanos, eran ellos los abandonados, y naturalmente no veían razón para sentir ninguna obligación hacia el mundo exterior. De manera que, si él era uno de los causantes del perjuicio (...)
Apoyándose en la biografía del autor, hay quien interpreta este relato de uno de los pioneros de la ciencia ficción nipona como una crítica a la ideología comunista. Sin embargo, parece más acertado considerarlo una denuncia -aunque incapaz de proponer alternativas: todos los personajes son consecutivamente víctimas, verdugos y salvadores- de cualquier sistema construido sobre la desigualdad y la explotación (como el capitalismo liberal).
Pero esto son solo impresiones fragmentadas. Para un análisis mucho más completo sobre La mujer de la arena y profundizar en las múltiples dimensiones de esta alegoría, lo más recomendable es la lectura del ensayo de Sabrina Vaquerizo sobre el texto y sus adaptación cinematográfica, donde muestra cómo reflejan distintas formas de conflicto.


Kenji Mizoguchi lleva a la pantalla en Los amantes crucificados una obra de teatro kabuki del siglo XVII. Al igual que muchas de las películas del mismo director revisadas en la tertulia  (Cuentos de la luna pálida de agosto, Amor en llamas, El intendente Sansho, Los músicos de Gion, La calle de la vergüenza), lo que se cuenta sirve como vehículo para la crítica de una sociedad corrompida e injusta, en la que personajes movidos por la ambición y el ansia de poder se disfrazan de dignidad. En contraste, los héroes de la narración son aquellas personas que se muestran leales y honestas, pese a ser conscientes del sufrimiento que puede acarrearles esa elección.
Destaca el dinamismo -quizá heredado de la obra original- y emotividad de la narración, apoyada en su banda sonora; cómo atrapa al espectador la huida y el destino, que se presume trágico, de sus protagonistas; el cuidado retrato de la cultura material de la época; la contemporaneidad (o intemporalidad) de algunas de las realidades que se narran.
¿Por qué creéis que nos siguen atrayendo las historias de amor, aunque acaben en desgracia? Pese a retratar una época lejana, ¿revela esta película dinámicas sociales que se han mantenido hasta nuestros días?


Es irónico: me propuse hacer una película sin violencia, y Dolls acabó siendo la película más violenta que he hecho (...)  Las muertes que les ocurren a los personajes de esta película tienen mucho más impacto que las muertes de los personajes de la yakuza, porque son seres mucho más corrientes. Entrevista en The Guardian. 
Dolls ejemplifica la versatilidad de Takeshi Kitano (en su rol de director, ya hemos visto Hana-Bi, Outrage, Zatoichi y Brother), así como su extraordinaria capacidad para sugerir significados a partir de las imágenes y potenciarlos con el silencio. Es un poeta visual que sabe mostrar con tanta claridad las cosas como para no necesitar explicarlas.
Hice un esfuerzo consciente, especialmente en la última parte de la película, para que pareciera un escenario o un teatro, y para darle una apariencia artificial.
Hay un corte en el que se ven las hojas de arce japonés teñidas de rojo sobre la carretera cubierta de nieve blanca, y la cámara se desplaza hacia arriba y se ve todo el paisaje de nieve blanca. Eso no puede ocurrir en la realidad, es como si se tratara de una obra de teatro y se cambiara el decorado.

La mirada se demora en los objetos y espacios significativos, previamente ocupados por los personajes, esas parejas que reaparecen a lo largo de la película interconectadas por los lugares de paso.
Y teje su relato a partir de un bunraku o teatro de marionetas japonés que representa Los amantes suicidas de Sonezaki, de Chikamatsu Monzaemon... también autor de la obra que inspiró la película de Mizoguchi. Desde ese momento se crean relaciones entre tres historias que representan diferentes manifestaciones del amor, el abandono y la locura.
Cuando empecé a escribirla, los mendigos atados [basados en una pareja real de Tokio] iban a ser una pareja sucia, maloliente y de aspecto patético. Pero quería capturar las cuatro estaciones de Japón, y la belleza de la naturaleza japonesa.

Trata de un ídolo del pop y, literalmente, los ídolos del pop son muñecos. Una vez que una muñeca se astilla o se rompe y no se puede reparar, se tira a la basura, y lo mismo ocurre con las pop idols. Es una declaración sobre la industria del entretenimiento japonesa.

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