Son muchos los hilos que nos dirigen hacia la vida o la muerte y, a veces, poco puede hacer la voluntad individual de las personas.A través de mil trescientas páginas, uno de los autores más reconocidos del manga reflexiona sobre sus primeros noventa años a través de los episodios, muchas veces singulares, que llenan su vida.
Mizuki vuelve a temas ya conocidos por otras obras -el inicio de su fascinación por los espíritus tradicionales en NonNonBa y la crítica a la glorificación del militarismo, siempre irracional, en Operación Muerte-, pero añade un análisis profundo de la política y sociedad japonesa en el último siglo.
Ya sea un niño que "nunca preguntaba a nadie", por lo que podía crear y sostener sus propias explicaciones de la realidad o el adulto viajero y conscientemente fantasioso, el autor se muestra a sí mismo como una persona extraña, fuera de la norma, que parece vivir siempre en un momento distinto al resto.
Desde que era niño he sentido una especial atracción por el más allá. Siendo adulto he seguido investigando, dentro y fuera de Japón, sobre lo que puede haber después de la muerte. Todo eso lo he ido reflejando en cuentos e ilustraciones.Quizá el tema central, presente en toda la obra y en la que se refleja la maduración de Mizuki, sea el interés por lo espiritual y lo no visible, que va más allá de la superstición y la credulidad ignorantes. Es, más bien, su forma de buscar un sentido a la vida y de concretar su interés por otras culturas, capaces de aportar nuevos significados. Así, el autor se convierte en el paradigma del antropólogo cultural.
El mejor análisis estilístico y temático de esta autobiografía lo ha realizado Gerardo Vilches en Entrecómics:
Como en toda su obra, hay en esta autobiografía una vitalidad infinita, un amor por la vida pese a todas las dificultades que sólo puede darse en quien se enfrentó al horror de una guerra y vivió la muerte con aterradora cotidianidad. Quizás por eso Mizuki domina lo grotesco con tanta soltura, conjugando las situaciones absurdas y las escenas terribles del Japón que le tocó vivir de niño, y situando a sus personajes caricaturescos, feos, en escenarios de un detalle realista preciso, exprimiendo todas las posibilidades de lo que McCloud llamó «efecto máscara» —que no es más que eso, el contraste entre la iconicidad de los personajes sobre el realismo de los fondos— y que es uno de los rasgos de estilo más importantes en los cómics del mangaka.De la misma forma, el drama y el humor se conjugan con una solidez increíble: Mizuki es quizás el mejor tragicómico que ha dado el cómic. Leer esta autobiografía es pasar por todos los estados de ánimo posibles, y reírnos casi a carcajadas a un instante para quedarnos helados al siguiente. Quizás por eso los tebeos de Mizuki enganchan como lo hacen. Por eso y porque es un autor que, por tópico que suene, conoce bien el alma humana. Sus contradicciones, sus miserias y sus grandezas. Su autobiografía rebosa verdad, y no me refiero a que se ajuste a los hechos tal cual sucedieron, que me importa poco, sino a una verdad más profunda, una sinceridad como artista y como ser humano que desde sus casi noventa años en el momento de dibujar este cómic reflexiona sobre lo que ha visto y lo que ha aprendido, convertido en la memoria viviente de todo un país.
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