Kurosawa realizó esta película el mismo año que cumplía los ochenta y recibía un Óscar honorífico. Su antepenúltima obra forma parte del esfuerzo final por dejar un legado vital significativo, recogiendo sus referencias culturales y transmitiendo al espectador los mensajes que considera más importantes.
Ya que los sueños (como nos recordaba Paprika) hablan del que sueña y revelan parte de sus deseos, creencias y preocupaciones, el director decide utilizarlos como materia prima, lo que le permite superar las barreras del relato racional y jugar con espacios, personajes y situaciones irreales.
"Hoy día, los seres humanos olvidan que también ellos forman parte de la naturaleza y que a ella le deben su existencia, pero la gente suele tratarla negligentemente creyendo que son capaces de crear algo mucho mejor".Los ocho cortos están protagonizados por distintas representaciones de sí mismo: niños fascinados y temerosos a la vez o caminantes adultos de los que desconocemos de dónde vienen y hacia dónde van -¿acaso lo sabemos en las fantasías que producimos al dormir?-.
Sueño 8: La aldea de los molinos de agua
A través de ellos se acerca a las leyendas, tradiciones culturales y estética japonesas, reflexiona sobre el horror de la guerra -la Segunda Guerra Mundial y un futuro holocausto atómico-, advierte de los peligros generados por una civilización que no respeta la naturaleza -concretados en el uso de la energía nuclear y en la postura de los científicos que desprecian sus riesgos- y propone una alternativa llena de esperanza, pero quizá ya tan inalcanzable como los mismos sueños.
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