Mineko Iwasaki fue una de las personas que el norteamericano Arthur Golden entrevistó en 1992, mientras preparaba su exitosa novela Memorias de una geisha.
Poco después, demandó al autor por haber dañado su imagen al desvelar que había colaborado en el proceso de investigación -lo que le granjeó muchas críticas en su antiguo entorno de trabajo- y sugerir que se había vendido su virginidad.
Antes del acuerdo extrajudicial, que implicó el pago a Iwasaki de una cantidad no revelada -originalmente, pidió un porcentaje de los beneficios generados por el relato-, Golden alegó que no era la protagonista de la novela, que no tenían ningún acuerdo de confidencialidad y que ella mismo le solicitó más publicidad: "Put my face out there a little more, please".
Un año después de resolverse este enfrentamiento, Iwasaki publicó, con la ayuda de la traductora y psicóloga Rande G. Brown, su propia versión de su pasado como geisha.
En ella se narra la evolución de una niña que es alejada de su familia a una edad temprana para ser adoptada por las representantes de una okiya, llegando a cambiar su nombre y a reconocer como madre a la directora de esta casa de geishas. Crecerá en un contexto donde entretener es una obligación mientras se aspira a la perfección estética como motor de un negocio muy competitivo:
Resulta difícil vivir en un mundo donde todas (...) son tus rivales.Quizá involuntariamente, este relato autobiográfico supone un perfecto análisis de una institución social que se comporta como una microestructura solidificada y mantenida por las clases más adineradas -sus clientes son descritos como "individuos ricos, personas con el tiempo libre y los medios necesarios"-:
El "mundo de la flor y el sauce" es una sociedad diferente, con sus propias normas y leyes, con sus propios ritos y ceremonias.
Las visitas informales son cruciales en la estructura social de Gion Kobu, pues con ellas se cultivan y mantienen las relaciones interpersonales en las que se basa el sistema.
Este sistema arcaico ha permanecido inmutable durante más de un siglo y no existe en él cauce alguno para modificaciones, mejoras o reformas.A pesar de los esfuerzos de Iwasaki por mostrar cómo es el arte quien da sentido a la institución de las geiko, siempre queda claro que lo que realmente impera es la lógica económica más pura, donde el dinero se convierte en medida de todas las cosas y las mujeres son un producto a la venta:
[Tía Oima] tenía una amplia clientela para presentar a sus pupilas, lo que le permitiría mantener y expandir el negocio.
El sistema de contabilidad de Gion Kobu es muy transparente al traducir en cifras la popularidad de una maiko o geiko. La cantidad de hanadai que gana una mujer demuestra el nivel de demanda de sus servicios.
La palabra "ochachiku" hace referencia a los momentos en que la geiko se acicala sin tener adónde ir. En otras palabras, la tienda está abierta, pero no hay clientes.De hecho, ella misma se enfrentará -como otras lo hicieron después, en la década de los noventa- a un sistema que limita la libertad de las jóvenes, haciéndolas totalmente dependientes de la casa a la que están adscritas al entregarles solo una parte ínfima de los beneficios que generan:
Estaba harta del sistema. Había respetado las reglas durante años, pero jamás podría hacer lo que quería si continuaba siendo una pieza más del engranaje. La razón original para sistematizar la organización de Gion Kobu había sido proteger la dignidad y la independencia económica de las mujeres. Sin embargo, las estrictas reglas de la escuela Inoue nos mantenían en una posición subordinada y no quedaba espacio para ninguna manifestación de autonomía.Más allá de la perspectiva social de la obra, Vida de una geisha es, sobre todo, un relato personal en el que Iwasaki se esfuerza por salvaguardar su imagen y la de aquellas personas a las que ha necesitado querer, como sus padres -pese a que, tal como señala su hermana Yaeko, se los podría considerar "vendedores de niños"-, mientras critica con dureza a quienes no se comportan, según su inflexible criterio, de la manera correcta -los momentos más divertidos de la obra se encuentran en las descripciones de sus encuentros con la familia real inglesa-.
Y es que cualquier discurso sobre nosotros mismos siempre tiene mucho de autojustificación.
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