Basada en una tira cómica de prensa realizada por Hisaichi Ishii entre 1991 y 1997, este anime narra distintos episodios en la vida diaria de una familia japonesa de clase media.
Seguramente por diferenciarse demasiado de la estética y temática habitual de los Studios Ghibli, supuso el único relativo fracaso de esta productora:
Takahata Isao gozaba ya del respeto del mundo de la animación cuando, al cobijo del recientemente instaurado Studio Ghibli, se instaló en la excelencia con La tumba de las luciérnagas (Hotaru no haka, 1988), Recuerdos del ayer (Omohide poroporo, 1991) y Pompoko (Heisei tanuki gassen Pompoko, 1994). Pero parece que el maestro no se conformaba con rozar la perfección. Cinco años tardó en completar su siguiente y arriesgado movimiento con Mis vecinos los Yamada (Hôhokekyo tonari no yamada-kun, 1999). Con esa producción abandonaba definitivamente –ya en Pompoko había lanzado algún mensaje en este sentido– una fórmula de éxito que él mismo había contribuido enormemente a refinar y popularizar como marca de estilo en la animación de su país, en favor de la experimentación con otras estrategias narrativas, con otro perfil y diseño de personajes, con otros registros más directos en su ya demostrada capacidad para ironizar con las miserias de nuestro tiempo.La película analiza a través de su humor costumbrista las relaciones entre padres e hijos, la identidad familiar y, especialmente, los vínculos que unen a los miembros de la pareja. Tanto en el discurso inicial de la abuela como en el final del padre aparece el compromiso como elemento necesario para mantenerse unidos en una vida que no siempre es sencilla.
Con la familia Yamada apostaba por reivindicar otra estética, no menos propia de la tradición de ilustración cómica en su país, pero prácticamente inédita fuera de sus fronteras, como las series de tiras cómicas breves, con el reto de adaptar para largometraje una estructura episódica. Se considera que este film fue el mayor fracaso en la historia de Ghibli. Desde el punto de vista comercial y con las cifras en la mano se puede defender esta postura, pero no seré yo quien lo haga. Por aquel tiempo ya disfrutaba Takahata de un cómodo segundo plano, a la sombra aún en expansión de su compañero de viaje, el gigante Miyazaki. Realizar un producto que no reportara enormes beneficios contables pero que no hundiera la compañía ni afectara su prestigio artístico se me antoja como el mayor triunfo en la carrera del viejo maestro (Fuera de campo. El blog de Contrapicado).
A pesar de su irregular ritmo, este anime del creador de Heidi y Marco merece la pena tanto por su discurso interno como por el reflejo de esa cotidianidad imperfecta en la que nos vemos reflejados y ante la que nos permitimos sonreír.
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