jueves, 4 de abril de 2024

Soledad

Natsuko Imamura, La mujer de la falda violeta (Murasaki no sukato no on'na, 2019)
Premio Akutagawa 2019
Emi Yagi, Diario de un vacío (Kushin techo, 2020)
Premio Osamu Dazai 2020
Mamoru Hosoda, El niño y la bestia (Bakemono no Ko, 2015)
Premio de la Academia Japonesa de Cine a la mejor película de animación 2015
Todo el mundo desaparece enseguida. La mayoría de las veces lo hacen sin tener siquiera la molestia de expresar en voz alta su voluntad de poner fin a la amistad. Es un hecho silencioso. Ni unos ni otros nos damos cuenta de que desaparecemos.
Emi Yagi, Diario de un vacío
En 2021, el gobierno japonés creó, con posterioridad a una iniciativa similar de Reino Unido, el Ministerio de Soledad y Aislamiento, que propone varias actuaciones públicas para facilitar relaciones sociales positivas entre la población. En ese país, el 40 % de las personas encuestadas reconoció sentirse sola.
Aunque se trata de una realidad global; por ejemplo, el ayuntamiento de Barcelona desarrolla desde 2020 una estrategia municipal dirigida a todos los grupos de edad, y la Biblioteca de Pamplona-Yamaguchi es un agente activo del Pacto por las personas mayores del barrio de San Juan, que aborda entre sus objetivos la soledad no deseada.
Es indiscutible que necesitamos contar con relaciones significativas que nos aporten seguridad y validación y nos permitan expresar y recibir afecto, transmitir nuestra identidad o compartir experiencias. Pero muchas personas no ven satisfechas estas necesidades -o incluso sufren un rechazo activo y se sienten desarraigadas- por pertenecer a un colectivo estigmatizado, manifestar conductas que no se amoldan a las aceptadas en el entorno próximo, carecer de redes sociales formales o informales, padecer limitaciones físicas o intelectuales y tener un bajo nivel de habilidades para las relaciones interpersonales.
Las tres obras parten de premisas sorprendentes para, desde lo extraño / irreal / fantástico, retratar con eficacia esta realidad, cotidiana pero muchas veces silenciada.
Imamura y Yagi elaboran relatos en primera persona que juegan con la naturaleza de los personajes. La mujer de la falda violeta (Mayuko Hino) es, sobre todo, el espejo donde puede reflejarse Gondo; en Diario de un vacío, la soledad de Shibata no es mayor que la confesada por Hosono o que la sensación de ausencia intuida en Higashinakano, aunque estos últimos convivan con otras personas.
Ambas narradoras dotan las pequeñas interacciones cotidianas de profundos significados y conceden gran importancia al contexto laboral, donde sus narradoras comparten como característica la invisibilidad: una es limpiadora de hotel y la otra es definida, al menos hasta que cambia su estado, más por las tareas que se le encomiendan que por su nombre. Las dos están condicionadas por la cultura laboral japonesa, los roles de género asignados, las dinámicas grupales de pertenencia, exclusión, aislamiento y culpabilización o los procesos de elaboración de explicaciones socialmente compartidas.
Además, presentan otros elementos que enriquecen sus textos. Por ejemplo, el episodio en que Gondo encuentra sucesivos parecidos entre la mujer a la que observa y famosas o personas con las que mantuvo contacto en el pasado nos muestra de manera indirecta que tiene un carácter obsesivo y que actualmente carece de vínculos. Y el acto creador de Diario de un vacío puede interpretarse como una invitación a reflexionar sobre las formas en que construimos / transformamos la realidad; emparenta, así, con Julio Cortázar, convencido de que lo escrito modificaba la realidad, de que si lo fantástico (los sueños, el desorden, lo extraño) se volvía cotidiano podíamos acceder a una verdad oculta hasta ese momento.

Mamoru Hosoda (La chica que saltaba a través del tiempo, Summer Wars) es una de las principales figuras del anime del siglo XXI. Sus películas se caracterizan por, en un marco de fantasía, unir elementos de la tradición cultural (en este caso, el mundo de los bakemono) con el Japón contemporáneo (Shibuya) -se diferencian por sus texturas y colores- y aportar una mirada reflexiva sobre las relaciones familiares.
Como en las dos novelas, en El niño y la bestia son varios los personajes definidos por la soledad: Kumatetsu, Kyûta y su padre, Ichirôhiko, Kaede. Con un enfoque más positivo, incide en elementos protectores y preventivos frente al aislamiento social: el establecimiento de vínculos paternofiliales basados en el amor, la importancia de las pautas de comunicación entre padres e hijos, la toma de conciencia sobre las diferencias -que siempre son construcciones culturales- o la adolescencia como etapa en la que se busca una nueva identidad -puede ser mirando hacia el pasado o hacia el futuro-. Nos recuerda, además, que la luz solo llega a través del encuentro sincero entre personas y que todos somos, al mismo tiempo, maestros y aprendices de otros.

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