martes, 3 de abril de 2018

Comer, beber y vivir en Tokio

Yasunari Kawabata, La pandilla de Asasuka (1930)
Naomi Kawase, Una pastelería en Tokio (2015)
Premio a la mejor dirección. Festival de Valladolid 2015
Jiro Taniguchi y Masayuki Kusumi, Paseos de un gourmet solitario (2015)

Asakusa en 2012. © whisper-from-japan
Las ciudades son, cada vez más, el principal espacio para la comunicación y la convivencia. Entre ellas, Tokio es la que condensa más población (entre 38 y 43 millones de habitantes, según el área que se considere) y constituye el paradigma de la ciudad global.
Quizá la mejor manera de reflejar esta densa red de relaciones, donde todos los actos humanos, hasta los en principio privados, pueden convertirse en públicos -comer, beber, hablar, conocerse, desear, llorar, ayudar, dañar...-, es mostrar fragmentos de vida en episodios que actúan como piezas de un puzzle. En lugar de generar teorías macro que intenten explicar las dinámicas de la ciudad, algo casi imposible, los autores de este mes optan por permitir al lector/espectador construir su propia versión de una realidad compleja a través de la sensaciones que nos muestran.
Hanayashiki, parque de atracciones de Asakusa (c. 1910)

 La pandilla de Asasuka, obra inacabada del todavía joven Yasunari Kawabata, es un ejemplo perfecto: sus enumeraciones de lugares, objetos y tipos sociales nos permiten entrar en la idiosincrasia de este barrio y comprobar cómo en las ciudades nada es inmutable.
El caos del relato casa con el aparente desorden del lugar; sin embargo, tanto en uno como en el otro se puede encontrar una estructura y organización propias. De especial interés desde una perspectiva sociológica es, por ejemplo, descubrir que las personas en exclusión elaboran sus propias categorías diferenciadas: los shiki (los que aún tienen hogar), los sotoshiki (sin techo) y, en la escala inferior, los zugu y daigara.
En la lectura descubrimos un Kawabata diferente al que ya conocíamos. Ansioso por vivir y experimentar todo lo nuevo, compara el pasado con el presente pero, completamente fascinado por el hoy, no cae en la trampa de considerar el ayer como un paraíso a redescubrir. Incluso es capaz de ridiculizar el que luego sería su motivo narrativo central: la venganza y el entrelazamiento entre el deseo sexual y el odio.
Descripciones cinematográficas, el escenario como verdadero protagonista, el tono irónico, una visión desprejuiciada y llena de curiosidad sobre cómo influye Occidente en Japón, rebeldía, perspicacia en el retrato psicológico de los personajes... Una obra sorprendente y distinta, hasta hace pocos años inédita en castellano.

Una pastelería en Tokio es la primera película de Naomi Kawase basada en un relato ajeno (あん, de Durian Sukegawa) y también su primer éxito comercial en España. A pesar de ello, reconocemos su habitual estética delicada y evocadora, con una cámara que sigue a los personajes, se muestra atenta a los detalles visuales y sonoros y nos invita a reflexionar, quizá con cierta melancolía, sobre las realidades que más le interesan: el valor de las personas mayores, el respeto por la naturaleza, las tradiciones como guía de la conducta, nuestra actitud hacia la muerte.
En esta ocasión, presenta a tres generaciones unidas por el sufrimiento ante diferentes pérdidas -la posibilidad de tener una madre (Wakana), la de una vida en libertad (Tokue), la de la paz  y la ausencia de culpa (Sentaro)- que acabarán formando una perfecta familia abuela-padre-hija. No sabemos qué deparará el futuro a sus protagonistas, pero sí que han recuperado la esperanza.
Al mismo tiempo, conocemos una realidad oscura, la del tratamiento en el Japón del siglo XX de las personas con lepra. En eldiario.es lo resumen perfectamente:
Tokue es una afectada más por la Ley de Prevención de la Lepra, que se promulgó en 1953 en Japón y que obligaba a los afectados por la bacteria, incluido niños, a que abandonaran sus hogares para estar confinados en unas instalaciones especiales. En estos leprosarios les sometían a estrecha vigilancia, los esterilizaban, se provocaban abortos (a pesar de que la lepra no es en absoluto heredable) y no les permitían salir sin permiso. En 1960 la OMS advirtió que tales medidas de aislamiento ya no eran necesarias, sin embargo, el gobierno japonés no abolió la ley de cuarentena hasta 1996. Para entonces todos eran ancianos, con una media de 74 años. Fue ese día de 1996 cuando por fin se sintieron como seres humanos.
Acompañar de nuevo a Goro Inokashira, el protagonista de Paseos de un gourmet solitario, es un placer para los sentidos. Cruzamos el umbral de los locales que visita con la misma expectación ante lo (todavía) desconocido y vemos el mundo a través de sus ojos, los cambios en la expresión y su diálogo interno.
Este manga nos demuestra la capacidad de la comida para evocar recuerdos. Además, reivindica el andar sin rumbo fijo como vía para la autoconciencia y oportunidad para acceder a retazos de otras vidas -las de los comensales- y apreciar qué nos diferencia y nos une -como distintos y a la vez similares son los restaurantes en los que "entramos"-.

Si tanto viaje os ha dado hambre, podéis probar esta receta de dorayaki... ¿Alguien se anima a traerlos a la tertulia? ¡Buen provecho!

1 comentario:

  1. Lo comentamos en la anterior tertulia, pero lo dejo por aquí:

    https://youtu.be/bpuqLCMi5FI

    Es el tráiler de "Kantaro, el empleado goloso". Es una serie de Netflix, basada en el manga del mismo nombre, que creo que fue traducido al inglés pero no al castellano :(.

    La serie muestra cómo Kantaro intercala su hobbie, comer dulces con sus deberes como comercial de una editorial. En cada episodio Kantaro nos cuenta la historia del local que visita y de por qué ahí se elabora el mejor dulce del que habla en ese episodio (ingredientes idóneos, mejores técnicas...). Cuando lo prueba hay un lapso de humor absurdo digno de ver.

    Como Ana dijo, se puede ver cogiendo el mes de prueba que Netflix ofrece. Yo así lo hice.

    ¡Merece la pena!En 20 minutos se aprende mucho sobre repostería japonesa.

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