sábado, 12 de mayo de 2018

Vidas peculiares

Masahiko Shimada, Me convertiré en momia (1987-1990)
Tetsuya Nakashima, Conociendo a Matsuko (2006)
Premios de la Academia de cine japonés a la mejor actriz, montaje y BSO 2007
Premio Fant-Asia a la mejor película asiática 2007
Mejor actriz 2007 en Mainichi Film Concours, Kinema Jumpo Awards, Hochi Film Awards y Asian Film Awards
Yoshiharu Tsuge, El hombre sin talento (1985)

Los patrones de personalidad que se han considerado 'patológicos' por no adecuarse a las tendencias manifiestas más comunes o a los ideales más dominantes en una sociedad han resultado, analizados con mayor rigor, no ser más que exageraciones de aquello que era casi universal bajo la superficie en esa sociedad.
Theodor W. Adorno, Estudios sobre la personalidad autoritaria (1964)
Presentando a personajes extraños, en apariencia fuera de la norma establecida, las tres obras que proponemos muestran las disfunciones de la sociedad japonesa contemporánea, así como su incapacidad o falta de voluntad para dar respuesta a las necesidades y carencias de personas que, más allá de sus peculiaridades, siguen siendo sujetos de derecho.

Me convertiré en momia reúne cuatro relatos breves, plagados de elementos oníricos, con protagonistas que rechazan activamente pertenecer a la sociedad mayoritaria. Su negación sirve como vehículo para mostrar el perverso absurdo que se encuentra en la base de las instituciones sociales: creencias religiosas, activismo político, mundo académico e intelectual, modelo económico y, sobe todo, adicción al consumo.
" En sí [el dinero, los billetes] no tienen ningún valor, y sin embargo poseen la capacidad de hacer que los hombres trabajen, que se maten, que se vuelvan locos; todos los desean, sin excepción. Basta con tener dinero para que te confieras valores distintos, para que puedas profundizar en las relaciones con los demás."
En esta entrevista de 2005 (en inglés), Shimada abandona su capa de excentricidad para reflexionar sobre la literatura japonesa del último siglo y su relación con el estado sociopolítico del país, con el que se muestra tan crítico como en sus relatos.

"- En una sociedad capitalista, ese monje no tiene ningún sentido, su existencia es inútil.
- Es decir, como un hombre sin talento, ¿no?
- ¡Je, je, je! Eso es.
- O sea, como tú."
El hombre sin talento es un catálogo descarnado de víctimas de una estructura social que relega a sus márgenes a personas marcadas por la decepción. El fracaso que experimentan se muestra de forma explícita.
"- Papa, ¿qué es un bicho?
- Algo que no vale para nada en este mundo.
- Mamá dice que eres un bicho (…)
- … Tiene razón. Un bicho es algo que se parece bastante a tu padre."
Incapaz de adaptarse a las exigencias del entorno, Sukezo Sukegawa, alterego del autor, comparte con el resto de hombres del relato -el pajarero, el librero de segunda mano, el vendedor de antigüedades, el alcohólico experto en piedras, el marido abandonado o el poeta del s. XIX- cierta solidaridad y comprensión. El grupo intenta refugiarse en el pasado para no tener que enfrentar su presente:
"- Todo el día sumergido entre antigüedades… ¡Va a estar bien! Yo mismo terminaría por convertirme en una de ellas. Mi existencia se hundiría en un rincón perdido de la ciudad…"
Al mismo tiempo, quizá nos sorprenda la agudeza que muestran a la hora de reconocer las motivaciones de su conducta:
"- Es un poco como esa actitud tuya de ocultar tu talento. Jugando a ser inútil, logras apartarte de la sociedad."
El manga señala reiteradamente las consecuencias de carecer de una función social reconocida. Tal vez de forma involuntaria, el autor supera la anécdota individual para sistematizar una mirada sobre el modelo social.
"- Si no vendes nada, el resultado es que no haces nada. Es decir, como si estuvieras dormido. ¿Tengo razón?"
En una sociedad excluyente, ellos articulan mecanismos de automarginación como forma de protegerse de su entorno. Convierten la batalla perdida en una decisión consciente, en una defensa de su individualidad.
"- Nadie espera nada de mí ni de mí depende nadie. Me apartan de la sociedad como si fuera un objeto inútil. Como si no existiera. Dejo de ser y soy."
Se trata, por todo ello, de una historia que apenas deja lugar a la esperanza. Como lectores, es difícil que imaginemos un futuro positivo para el niño, que rescata al padre del suicidio o la soledad, pero que no parece disponer de los apoyos necesarios para crecer de forma sana.

"Todas las niñas sueñas con ser Blancanieves, Cenicienta viviendo en un cuento de hadas. Entonces, un día nos despertamos y vemos que nuestro cisne blanco se ha convertido en un cuervo sucio y oscuro. Una vida es todo lo que tenemos. Si esto es un cuento de hadas, es demasiado cruel."
Conociendo a Matsuko es un arriesgado pero maravilloso viaje por la evolución estética del cine japonés y el último tercio del siglo XX. El director mezcla géneros (destaca la unión del musical clásico a estilos de baile contemporáneo, o su capacidad para dar la vuelta a las convenciones del melodrama) y soluciones técnicas (como el montaje de vídeo musical con aportes del cine clásico de animación) a un ritmo tan acelerado que puede dificultar su apreciación.
Seguramente haya que terminar de ver la película para darse cuenta del progresivo cambio de tono dramático y estilístico; solo entonces podemos aceptar que la exageración y velocidad son una decisión consciente, mucho más relacionada con la necesidad de expresar un mensaje que con lo esperpéntico.
El relato insiste en la crítica de la banalización de la vida que conlleva la cultura del espectáculo, representada por la televisión. Además, Nakashima (Kamikaze girls, Confessions) vuelve a mostrar, en un giro final sorprendente, su preocupación por las expresiones de violencia sin motivo y la desorientación de los jóvenes en una sociedad basada en el consumo y la apariencia física.
El segundo elemento que siempre está presente es la pregunta que Matsuko no puede dejar de hacer cuando es víctima de violencia. Su ¿por qué? no tiene respuesta, pero interpela a los agresores e incide en el daño que generan. Como espectadores, nos lamentamos ante un contexto familiar y social que ha convertido a la protagonista en una mujer en búsqueda constante de afecto y reconocimiento, lo que la lleva a establecer relaciones de dependencia:
"No pasa nada. No me importa que me peguen. Es mejor que estar sola (…) No pasa nada. Pégame o mátame. Es mejor que estar sola."

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