viernes, 24 de agosto de 2018

Espadas vagabundas

Miyamoto Musashi, El libro de los cinco anillos (1643)
Takeshi Kitano, Zatoichi (2003)
Mejor película, banda sonora original y premio del público. Festival de Cine Fantástico de Sitges 2003
León de Plata al mejor director. Festival de Venecia 2003
Mejor película. Festival de Toronto 2003
Nobuhiro Watsuki, Rurouni Kenshin (1994-1999)

“Cuando veo el mundo que me rodea, veo que las diversas artes se han convertido en productos a la venta, y los que las practican también se consideran a sí mismos como productos e intentan vender sus distintos instrumentos (…) se puede decir que hay mucha flor pero poco fruto.”
Miyamoto Musashi, El libro de los cinco anillos
La imagen del samurái está inevitablemente unida a nuestra visión del Japón precontemporáneo. Su popularidad en productos culturales de consumo e, incluso, en manuales que prometen a los ejecutivos más agresivos obtener el éxito a través de  versiones de textos tradicionales -sacándolos de contexto, olvidando a quiénes se dirigían y pervirtiendo su significado original-, han convertido en estereotipo a un grupo social que protagonizó parte de la historia nipona. En este sentido, apenas conocemos su cambiante papel en la dinámica política y económica del país.
Aprovecharemos, por tanto, esta tertulia dedicada a samuráis vagabundos para hablar sobre su representación más o menos estandarizada y, de su mano, acercarnos a algunos momentos clave de la historia japonesa.

En El libro de los cinco anillos el propio Musashi relata su vida en pocas palabras -aunque para una visión más realista y completa os recomendamos leer la semblanza de Historias de samuráis-:
“Ya desde muy joven me consagré al camino del arte del combate. A los trece años tuve mi primer combate (…) A los veintiún años me dirigí a la capital y luché en varios duelos contra maestros de renombre nacional, pero jamás me fui sin conseguir la victoria. A partir de entonces viajé por todas partes y me enfrenté con maestros de diversas escuelas, pero en los más de sesenta combates que libré, jamás salí derrotado. Todo esto sucedió desde los trece años hasta que cumplí los veintiocho o veintinueve años, aproximadamente.”
Durante la época en que vivió -las primeras décadas del periodo Edo-, los soberanos feudales se enfrentaron de manera habitual para obtener más poder económico e influencia administrativa. Los samuráis, a pesar de perder el derecho a poseer tierras y estar obligados a servir a un señor, se situaban en la cúspide del sistema de clases sociales. En la base de su pormenorizada descripción de las técnicas de combate está la visión del samurái como un personaje solitario, entregado a la búsqueda de la excelencia y sin otro interés que su propio desarrollo en competencia con el resto: una forma de elitismo.


Las aventuras de Zatoichi transcurren entre 1830 y 1840, las décadas finales de esa etapa, que estuvieron marcadas por la hambruna padecida entre 1833 y 1837, cuando las inundaciones y el frío redujeron de forma drástica las cosechas.
Sin enfrentamientos armados en los que participar, los samuráis solo podían asegurarse un puesto de privilegio convirtiéndose en funcionarios estatales vinculados al mantenimiento del orden -es decir, como jueces y policías-. Quizá precisamente por situarse en un momento en que parecía quedar poco espacio para la individualidad y las aventuras, el masajista Ichiu -creación original del novelista Kan Shimozawa en 1948-, es muy popular en la sociedad japonesa y ha dado lugar a múltiples adaptaciones al manga, la televisión y, sobre todo, el cine.



"Hace 140 años, Kyoto estaba inmerso en el agitado torbellino del final de la era Edo, una época de apertura al mundo (...) Esta historia empieza en 1878, en Tokyo."
"Himura Kenshin:  -Zanza, aún no se ha alcanzado la Restauración. Es verdad que desde hace diez años vivimos en una nueva era, con un nuevo gobierno, pero los oprimidos siguen viviendo como antes (...)"
Ya nos acercamos al proceso de occidentalización forzosa de Japón en el último tercio del siglo XIX gracias al manga El árbol que da sombra, de Osamu Tezuka. Ruroini Kenshin es un manga inicialmente shonen -enfocado al público masculino por sus dosis de acción y humor- que alcanzó el éxito entre las mujeres jóvenes, demostrando que las diferencias establecidas por el mercado son a veces ficticias.
Al tiempo que combina un tono desenfadado con situaciones dramáticas y argumentos románticos, refleja la situación y reacciones de los samuráis en ese periodo: tras prohibirse el vestuario, peinado y armas representativas de su condición de guerreros, pudieron encontrar un espacio adhiriéndose al movimiento nacionalista en alza, que aprovechaba el sentimiento popular de pérdida de las tradiciones y la identidad propias.


1 comentario:

  1. Interesantísima entrada de blog, como siempre (arigato!!).

    Resulta que estaba leyendo el apartado "Los principios del uso del sable III: las cinco caras (omote)" y me ha dado por buscar el significado de omote, intuyendo que su polisemia daría para otro ensayo. BINGO.

    https://aikidoenlaplaya.wordpress.com/terminos-2/omote-y-ura/

    De todo lo tratado en el artículo, me quedo con lo siguiente:

    "Omote y ura están presentes en muchas artes japonesas. El omote de un arte es lo que se encuentra en la superficie, lo que podemos percibir mediante una observación casual o indiferente."

    "En este sentido, el practicante occidental de artes marciales se enfrenta a su mayor riesgo: la celebración de su omote y la ignorancia de su ura. Lo visible de una cultura exótica como la japonesa se atrapa fácilmente, pero su espíritu fundamental es más difícil de exportar."

    Refuerza, con terminología nipona, la idea que inagura nuestro blog: se ha pervertido el significado original (ura) del Bushidō, para crear objetos de consumo basados en unos principios sacados de contexto (omote).


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