domingo, 19 de enero de 2020

Mujeres con voz propia

Sayaka Murata. La dependienta (Konbini Ningen, 2016)
Premio Akutagawa 2016
Rokudenashiko. Obscenidad (What is Obscenity? The Story of a Good for Nothing Artist and her Pussy, 2014-2016)
Naomi Kawase. Hacia la luz (Hikari, 2017)

Tres creadoras japonesas exponen su visión de la contemporaneidad en algunas de sus obras más recientes, donde muestran una forma muy personal de expresión.
La descripción crítica de los pilares sobre los que se sostiene la organización social y económica, la exploración de los obstáculos en las relaciones interpersonales, las reacciones ante la pérdida y la reflexión sobre la naturaleza del arte vinculan unas con otras y nos invitan a mirar más atentamente nuestra propia realidad.


Sayaka Murata empleó su experiencia como trabajadora en una tienda abierta 24 horas para retratar con humor y agudeza nuestras sociedades contemporáneas. A través de una protagonista que desde niña cuestiona de forma inconsciente los convencionalismos sociales, revela, desde una perspectiva que tiene en cuenta la desigualdad de género, algunas de las partes más irracionales de la manera de vivir que consideramos normal y útil:

1. Empleos en los que tanto el personal como la clientela son equivalentes a máquinas anónimas, que ejecutan conductas repetitivas y predecibles en favor de la eficiencia.
Mis ojos y oídos eran valiosos sensores que captaban sus sutiles movimientos e intenciones, y mis manos se movían ágilmente según la información recibida [...]
En este contexto, el konbini aparece como un microcosmos que refleja el funcionamiento global.
Era la hora en que el mundo se despertaba y los engranajes de la sociedad empezaban a girar.
2. La presión de la masa es tal que uniformiza tanto las conductas como el aspecto:
[...] vestían de forma tan parecida que estuve a punto de confundirlas. Supongo que mi forma de hablar también se le pegará a alguien. Creo que es así como sobrevive la humanidad: por contagio.
3. E intentar que cada cual asuma el papel social asignado externamente lleva a estigmatizar y apartar a cualquiera que, voluntaria o involuntariamente, no responda en todo momento a esas exigencias. La novela insiste en el sufrimiento que genera esa situación en las personas más vulnerables.
Es un fracasado, un lastre para la sociedad. En esta vida, todos tenemos la obligación de establecer un vínculo con la sociedad, ya sea trabajando o formando una familia. 
El mundo normal es un lugar muy exigente donde los cuerpos extraños son eliminados en silencio. Las personas inmaduras son expulsadas. Claro, por eso tenía que "curarme". Si no me curaba, sería eliminado del grupo de la gente normal. 
Un cuerpo maltrecho es 'inútil' para el trabajo físico. Por muy responsable y aplicada que fuera, puede que yo también me convirtiera en un trasto inútil para la tienda cuando mi cuerpo envejeciera.
4. Sin embargo, la misma estructura que nos impulsa a seguir la norma establecida muestra un interés desmedido por lo raro o inusual, demostrando que ambas etiquetas son la cara y la cruz de un solo fenómeno.
La gente se cree con derecho a escarbar en aquello que considera raro hasta dar con una explicación. A mí me molestaba su insistencia, me resultaba fastidiosa e impertinente.
Keiko -en contraposición a la agresividad verbal, la desorientación vital y la pasividad de Shiraha- nos muestra cómo superar esas presiones. Su especial sabiduría -fruto de su propio transtorno- radica en reconocer que todos estamos, en muchos momentos, interpretando un papel, pero también en el descubrimiento de que podemos encontrar sentido y satisfacción en algo que no tiene por qué ser entendido o aceptado por los demás.
Aunque seguro que sentimos simpatía hacia la protagonista, la autora consigue no imponernos una visión de ella; como lectores, seremos quienes decidamos si pesa más la enfermedad o la lucidez. O, porqué no, aceptemos que ambas cosas pueden ser, a veces, compatibles... aunque eso no elimine el sufrimiento ni la incertidumbre.


Era a mí a quien llamaban loca, pero me di cuenta de que era Japón quien había perdido la razón.
Megumi Igarashi nos propone un manga con un interés que supera lo autobiográfico, de la misma forma en que sus creaciones artísticas van más allá de lo que representan.
En ambos casos, propone un retrato crítico y revelador de múltiples dimensiones de la sociedad japonesa: la discriminación por género, el papel de los medios de comunicación afines al poder, la omnipresencia de la ficción y de la cultura popular contemporánea -dominada por la televisión y lo kawaii o 'mono'- en la vida diaria, la industria del manga, la escasez de garantías de los sistemas policial, penal y penitenciario, los tabúes sobre el cuerpo de las mujeres.
Desde que empecé mi trabajo en el arte manko, me he resistido a los viejos que protestaban. He decidido continuar con mi trabajo, cada vez más absurdo, con toda la seriedad del mundo. Aunque al principio era un chiste, ahora las bromas las hago con cada gramo de mi cuerpo y de mi alma.
Utilizo la rabia como trampolín, la risa como arma predilecta en esta batalla.
Utilizando mi rabia como trampolín, he creado un arte manko que es alegre y positivo (...) todos son objetos alegres que hacen que la gente sonría.
El humor es aquí en una demostración de fortaleza, un recurso para resultar el absurdo de las situaciones que vivió su autora y una apuesta por la normalización de lo femenino.
Como señala la reseña aparecida en Canino, el manko se etiqueta como obsceno porque es convertido por los hombres únicamente en un objeto sexual: "El problema es de la sociedad, no de Rokudenashiko: creer que los coños han de ocultarse porque, en última instancia, son solo objetos de satisfacción masculina. Y lo que nos demuestra ella es que no, que los coños son algo natural, una parte más del cuerpo de las mujeres cis que debería ser vista con naturalidad. Sin aspavientos. Sin ser considerado obsceno. Pudiendo ser eróticos, pero también divertidos, empoderantes o adorables."
Cuestiona las pautas de pensamiento y la estructura de poder que llevan a gran parte de la población a mostrar asco, rechazo, indignación, desconfianza y extrañeza ante su propuesta, o a presuponer que se trata de una mujer dispuesta a mantener relaciones sexuales con cualquiera.
La lectura de este manga es una buena oportunidad para examinar nuestra realidad más cercana: ¿compartimos tabúes con Japón?, ¿hay ejemplos cercanos de una censura similar y de actuaciones policiales y judiciales desmedidas?
Por último, como curiosidad, Japón secreto habla sobre varios festivales de la fertilidad, uno de ellos centrado en lo femenino, con una interpretación algo diferente a la que presenta Rokudenashiko.


Nada es más bello que lo que desaparece ante tus ojos.
Naomi Kawase (El bosque del luto, Shara, Una pastelería en Tokio) construye en Hacia la luz una emotiva reflexión acerca de la pérdida -tema habitual en su filmografía- y sobre el cine como arte vinculado a la vida cotidiana. Además, nos recuerda que la realidad alberga lugares y momentos de gran belleza, una riqueza que no podemos obviar, a riesgo de empobrecer nuestra existencia.
Narra pérdidas múltiples -la progresiva de la visión, la de la memoria- y el sufrimiento de las personas afectadas. Pero, sobre todo, habla de hallazgos, gracias a la voluntad de sus protagonistas de percibir el mundo a través de la experiencia de otra persona, de sentirlo tal como a ella le llega.
Con una película, te vinculas a la vida de otra gente. Interpretar otras vidas me ayuda a vivir y me da esperanza.
Ese mensaje de esperanza creado alrededor del descubrimiento de nuevas dimensiones de la belleza acompaña su mirada sobre la naturaleza del arte y, en concreto, sobre la relación entre vida y cine.
Para ejemplificarla, Kawase establece puntos de contacto entre la película que intenta traducir Misako y su situación familiar, presenta a un director que no cambia de aspecto ni forma de andar cuando actúa -son la misma persona, con las mismas preocupaciones y, quizá, biografía- y da un papel central a dos atardeceres cargados de significado.
De esta forma nos descubre que una obra debe incluir también las interpretaciones de los espectadores, y que solo a través de nuestras reacciones emocionales es posible conectar los universos de la ficción y la realidad.
En esta película hay un cierto peso, como una gravedad [...] lamentaba que no fueses capaz de reproducir la belleza y la tristeza de las cosas perecederas. O la dificultad de desprendernos de las cosas que se pierden para siempre.

Como siempre, Kawase da protagonismo a la luz y genera imágenes técnicamente perfectas. Destaca el uso, en los diálogos entre los protagonistas, del plano medio corto y, cuando las conversaciones ganan en intimidad y significación, del primer plano; usando el primerísimo primer plano nos acerca aún más al mundo interior de Fuji y Misako.
Replica así la experiencia visual del fotógrafo, capaz solo de percibir pequeños fragmentos del entorno. Una demostración más de la tesis que defiende esta película: el cine, el arte, están conectados con la vida y la explican o interpretan a través de la experiencia de sus receptores. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario