sábado, 7 de marzo de 2020

Nagasaki

Aki Shimazaki. El quinteto de Nagasaki (Le Poids des secrets: Tsubaki, Hamaguri, Tsubame, Wasurenagusa et Hotaru, 1999-2004)
Yoji Yamada. Nagasaki. Recuerdos de mi hijo (Haha to kuraseba, 2015)
Premios Mejor Actor y Mejor Actriz de Reparto. Academia del Cine Japonés 2016

La ciudad de Nagasaki y, en especial, la bomba atómica de la que fue víctima, son el escenario de dos narraciones sobre las  relaciones maternofiliales, el pasado, los silencios y la importancia de los vínculos personales.

Me inclino ante una lápida para leer las letras. Oigo a Yukio detrás de mí:
-¿Dónde está la nuestra, mamá?
-Nosotros no tenemos tumba -responde Mariko.
-¿Qué quieres decir? ¿Que no tenemos antepasados?
-Tenemos, pero no sabemos quiénes son.

Quienes ya habéis leído en la tertulia Hôzuki, la librería de Mitsuko, reconoceréis algunas de las constantes en las obras de esta autora: la referencia a elementos de la naturaleza, presentes desde el título, como hilo conductor y metáfora; el retrato de tres generaciones de mujeres; la ausencia (o presencia no reconocida como tal) del padre; la influencia de los secretos familiares; el papel cuidador, de aceptación y apoyo, de las mujeres mayores.
En una saga que se desarrolla desde la década de los años 20 (con el Gran terremoto de Kanto de 1923) hasta la contemporaneidad, Shimazaki reconstruye las historias de personajes entrelazados por el deseo, las mentiras, los silencios y las verdades desveladas en la recta final de la vida.
Al estructurar su narrativa en conjuntos de cinco novelas con distintos narradores, la autora de origen japonés puede ir completando poco a poco el puzzle de una realidad compleja, en la que cada punto de vista muestra una parte del total. En esta ocasión, si bien es Mariko el personaje central de la trama y su voz la más presente, todas resultan importantes, y los sucesos mostrados en un relato se repiten y toman nuevo significado en otros.
Por ello, salvando las diferencias estilísticas y la extensión, puede asemejarse a La escopeta de caza, el clásico de Yasushi Inoué: testimonios directos, relación constante entre lo que sienten los personajes y el contexto físico, amores ocultos...
Pero, además del análisis de las relaciones personales, hay una reflexión muy crítica sobre el pasado reciente de Japón: la ideología imperialista reflejada en la violenta invasión y dominio de Manchuria y la ocupación de Corea, el papel nipón en la II Guerra Mundial, la discriminación de los inmigrantes, la intransigencia de las clases privilegiadas. Aunque también se describen los efectos de la bomba atómica sobre Nagasaki, y algunos breves pasajes recuerdan a Lluvia negra, no coinciden en su objetivo: a Shimazaki le interesa como recurso narrativo y no tanto para elaborar un discurso sobre sus consecuencias.
Una recomendación final: El quinteto de Nagasaki requiere, por los saltos temporales y el desvelamiento progresivo de la trama, una lectura atenta pese a su lenguaje sencillo. Es una buena idea elaborar durante la misma un mapa personal en el que aparezcan los protagonistas y sus relaciones.

-Fue inevitable. Era mi destino.
-¿Tu destino? Solo si hubiese sido inevitable, como un terremoto, o un tsunami. Tu muerte fue evitable. Fue una horrible tragedia diseñada y ejecutada por humanos. No era tu destino.

Un año después de estrenar La casa del tejado rojo, que ya disfrutamos en la tertulia, Yoji Yamada dirigió Nagasaki. Recuerdos de mi hijo manteniendo las mismas señas de identidad.
Si en la primera se narraba la época previa a la entrada de Japón en la II Guerra Mundial, aquí se muestran sus consecuencias a través, también, de un relato sobre su influencia en las vidas de la población civil y la demostración de lo irracional que resulta la violencia.
De nuevo, la factura técnica, colores y ambientación (con el retrato del transcurrir cotidiano de los días en el barrio, los leves movimientos de cámara y la importancia de las pequeñas acciones de los personajes) recuerda a las obras clásicas de Ozu (Crepúsculo en Tokio, Cuentos de Tokio).
Yamada introduce elementos fantásticos, melodramáticos y de comedia física en una película que avanza con calma y evita el peligro de caer en un sentimentalismo hueco. Más allá del discurso político (en el que no hay ninguna referencia crítica al papel de Japón) nos llega la reflexión sobre la culpabilidad sentida por los supervivientes, el rencor de quienes han perdido a seres queridos, el dolor ante las oportunidades perdidas y los sueños rotos... pero, sobre todo, la importancia de saber cerrar el pasado y mirar hacia delante.
La sinceridad con la que está narrada la película hace que, pese a previsibilidad del desenlace y su estética algo kitsch en la escena final, nos deje un buen sabor de boca y un toque de optimismo.
En Proyecto Naschy encontraréis una crítica muy positiva, mientras que Cine maldito identifica algunos errores en su desarrollo.


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