sábado, 15 de mayo de 2021

Lo extraño en lo cotidiano

Yukiko Motoya, Mi marido es de otra especie (異類婚姻譚Irui kon'in tan, 2016)
Premio Akutagawa 2015
Satoshi Kon, Perfect Blue (パーフェクトブル, 1997)
Naomi Kawase, Viaje a Nara (Vision, 2018)
Extraño, -na. 2. Raro, singular. 3. Que es ajena a la naturaleza o condición de otra de la cual forma parte. 4. Que no tiene parte en algo. 5. Movimiento súbito, inesperado y sorprendente.


La atmósfera de irrealidad de las historias que recoge Mi marido es de otra especie refleja con eficacia -seguramente más que un relato realista, por la capacidad de sugerencia que añade- los males de la sociedad contemporánea.
En la novela corta que da título al volumen nos encontramos con personajes que huyen de las responsabilidades, las preocupaciones o el posible sufrimiento asociado alienándose en un entretenimiento vacío que ocupa el lugar del pensamiento, o comiendo compulsivamente para obtener una gratificación instantánea.
-Si vuelvo a comer, me voy a atontar.
-¿Y qué? No pasa nada porque te atontes.
-Si me atontara, no podría hacer cosas importantes.
Sin embargo, esta decisión, consciente o inconsciente, de anestesiar las emociones negativas tiene como contrapartida convertirlos en sujetos pasivos. En este sentido, los rasgos desdibujados y caídos de la pareja protagonista son una metáfora de la falta de identidad individual.
Como en Un marido de paja, hay aquí un retrato descarnado del matrimonio como relación sin diálogo significativo, en el que priman la comodidad y la monotonía sobre la vida. El episodio con el gato del matrimonio de ancianos y la simetría final entre el destino del animal y el del esposo resaltan la distancia emocional entre las personas, en contraste con el fuerte vínculo con la mascota.
Los elementos fantásticos del relato -como las transformaciones mágicas- y las referencias explícitas a cuentos populares remiten a la tradición mítica japonesa, a la que ya nos hemos acercado en la tertulia

Las tres cuentos que completan el volumen mantienen o, incluso, incrementan la sensación constante de amenaza, basada en la sospecha / confirmación de que la naturaleza de los personajes es otra, escondida bajo su apariencia humana o animal.
En Los perros, el distanciamiento voluntario de la sociedad y el miedo a la diferencia se intuyen como los elementos centrales. ¿Nos debe preocupar más saber quiénes son ellos -seres sin nombre, o con uno que nada tiene que ver con su esencia- o la conducta de la narradora anónima, satisfecha por cumplir su deseo de la infancia? El origen del posible peligro y amenaza dejan de ser los animales cuando descubrimos qué siente la narradora.
El baumkuchen de Tomoko desvela sin concesiones la fragilidad y absurdo de la vida a través de los ojos de una ama de casa. Ella descubre con pavor que todo es una simulación, tanto lo habitual como aquello que lo sustituye; el pastel de varias capas, con un agujero central, actúa como reflejo material de su propia vida: siempre girando, vacía, con una esencia enterrada bajo varios estratos independientes.
Por último, en Un marido de paja hay una violencia latente que, al no explotar del todo, resulta aún más ominosa; el contraste entre el idílico inicio y la descripción del conflicto incrementa esa sensación.  El último párrafo no deja lugar a dudas sobre qué ha decidido hacer Tomoko con su marido, tras salvarlo una vez y vencer la tentación de quemarlo.
La voz narrativa de Yukiko Motoya es un valioso descubrimiento, comparable al de otros narradores que nos muestran la realidad a través de elementos fantásticos. En la tertulia, por ejemplo, hemos leído a  Yasutaka Tsutsui, Haruki Murakami y Banana Yoshimoto.

* * *
-Eres mercancía marcada (...) Ya no le gustarás a nadie. Sucia, mancillada"
Perfect Blue, la primera película de Satoshi Kon (Millenium Actress, Tokyo Godfathers, Paprika), aborda algunos de los temas también presentes en los cuentos. Su retrato de la sociedad contemporánea se centra en el lado más oscuro del fenómeno fan -en este caso, a través de los wota- y en la crítica de la industria del entretenimiento.
-No llegarás a estrella con esos morros. ¡Sonríe!
El guion de Sadayuki Murai -basado en una novela inédita en castellano- revela cómo, al ritmo que marcan las estrategias para mantener los beneficios generados por el consumo, el star system devora a los artistas en su persecución del éxito. Las personas se convierten en mercancía, materia prima a utilizar de la forma más provechosa posible hasta ser desechada, aunque eso pase por su conversión en objetos que se mueven, según convenga, entre la sexualización y lo kawaii (este ensayo analiza en profundidad el fenómeno J-pop y resuelve esa aparente contradicción).
-¡Ya ni siquiera sé quién soy!
Este proceso de desindividualización, sumado al cine como espacio donde actuar supone asumir otro yo en un entorno no real y a un internet naciente -que ya parecía mostrarse como el paraíso de la apariencia y la suplantación-, es el marco perfecto para desarrollar una historia centrada en la pérdida de identidad profesional y personal de Mima y el temor y desorientación que le genera. Su primera frase como actriz es "¿Quién eres?" y, al igual que en los relatos de Motoya, nos preguntamos quién es ella o si esconde otra naturaleza debajo de capas ocultas.
Al mismo tiempo, son varios los personajes que, en ese falso mundo del espectáculo, tienen dificultades para diferenciar realidad y ficción. Sensación parecida consigue crear el director en el espectador, perdido durante la intensa media hora final en un apasionante laberinto de espejos (cristales rotos, ventanas del metro) que reflejan infinitamente imágenes distorsionadas -un thriller psicológico dentro de otro thriller titulado, no por casualidad, Doble vínculo- .


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En Viaje a Nara lo extraño está presente en varios de sus significados: hay encuentros entre personas desconocidas, una extranjera, premoniciones, sucesos excepcionales y ensoñaciones.
Nos reencontramos con temas y escenarios de películas anteriores de Naomi Kawase (El bosque del luto, Shara, Una pastelería en Tokio, Hacia la luz): la naturaleza como marco para encuentros que alivian la soledad y, a la vez, reflejo de las emociones de los personajes; retazos de cine documental -con los testimonios de los ancianos-; la maternidad y la importancia de cerrar procesos familiares dolorosos -ella fue abandonada por sus padres y criada por una tía-; la inevitable presencia de la muerte y las reflexiones sobre el paso del tiempo.
En el cine todo tiene que ver con la visión, naturalmente (...) Los cambios muy sutiles, como la luz, transmiten el estado de ánimo y reflejan los recuerdos o cómo se siente una persona; de otra manera, no se verían. (filmcommment.com
De la misma forma, nos resulta conocida su belleza formal y exquisito tratamiento de la luz, los colores y el sonido. El gran protagonista es el bosque, y la directora nos empuja a tomar conciencia de cada detalle, sus ritmos y diversidad. Guste o no tal impulso contemplativo -que también aplica a los rostros de sus protagonistas- nada se puede objetar a esa actitud.
Más confusa resulta cuando intenta convencernos, cual revelación mística, de las bondades de aplicar a las personas el ciclo de destrucción y renacimiento propio de la naturaleza (paso de la pérdida y el dolor al encuentro y el consuelo). Aunque, seguramente, el problema no está en qué nos cuenta sino en cómo lo hace. Cierta frialdad sobrevuela la película. ¿Se debe al excesivo tono simbólico de algunas escenas? ¿A la ausencia de "química" entre los actores? ¿A la posible confusión generada por los flashbacks, no resuelta hasta el final? ¿A llevar demasiado lejos la tesis, expresada por Jeanne, de que la capacidad de entendernos no reside en las palabras?


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