Kenzaburo Oé, Arrancad las semillas, fusilad a los niños (Memushiri kouchi, 1958)
Akira Kurosawa, Kagemusha. La sombra del guerrero (1980)
Miki Yamamoto, Sunny Sunny Ann! (2013)
La cultura japonesa está presente, desde hace décadas y cada vez con más fuerza, en nuestro mercado. Como ejemplo de este protagonismo, hemos seleccionado tres figuras que han recibido un claro reconocimiento crítico en Europa durante el último medio siglo.
Kenzaburo Oé fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1994. Akira Kurosawa protagonizó a lo largo de su carrera varios ediciones de los festivales de cine más importantes (Cannes, Venecia, San Sebastián, Berlín), además de obtener varios premios Óscar y BAFTA. Miki Yamamoto fue incluida con este manga -único publicado en castellano- en la Selección Oficial del Festival Internacional del Cómic de Angoulême 2019. De hecho, de los dos primeros puede decirse que, al menos en una parte de su carrera, tuvieron mejor acogida en el extranjero que en Japón: Oé mantuvo siempre una postura política de denuncia, incómoda para la corriente mayoritaria de su país, y su estilo e influencias se consideraban demasiado occidentales; Kurosawa, por su parte, tuvo que recurrir a financiación norteamericana para sus proyectos más costosos (Kagemusha y Ran).
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El comité del Premio Nobel señalaba que las obras de Kenzaburo Oé tienen "fuerza poética y capacidad de crear mundos donde se condensan la vida y el mito para proporcionar una imagen desconcertante de la situación humana actual".
Iban a liberarme de la prisión a la que me habían arrojado. Pero fuera seguiría estando igualmente encerrado. No podría escapar jamás. Tanto dentro como fuera, había puños duros y brazos brutales dispuestos a herirme y golpearme.
Como en el resto de su narrativa, su segunda novela propone (o quizá impone, por su dureza) una reflexión ética sobre la explotación y la influencia de las desigualdades sociales y económicas en la conducta: ¿determinan el contexto material y el trato recibido nuestra actitud moral? Las preguntas con las que inevitablemente nos interpela brotan desde la conciencia del dolor humano y buscan expresiones de dignidad en las condiciones más adversas. Su pretensión de relato universal, de metáfora de la condición humana -aunque también refleja el malestar de la posguerra en la sociedad japonesa-, se refuerza con unos personajes que, en la mayor parte de los casos, carecen de nombre propio y se mueven en un lugar no identificado.
-Esa niña -dijo mi hermano, pensativo- debe de haberse vuelto loca porque se murió su madre.-¿Cómo sabes que está loca?-Es una guarra, ¿verdad? -añadió, sin venir a cuento.-Sí -gruñí-, estaba muy sucia.
Al igual que la propia naturaleza -que combina belleza y alegría con amenaza y muerte-, los protagonistas son capaces de generar tanto bienestar como sufrimiento. Los ejemplos de lo segundo son múltiples: la insensibilidad ante el dolor ajeno; por miedo, la atribución de características negativas al que sufre y el aislamiento del enfermo; el enfrentamiento entre grupos que construyen identidades diferentes; el contraste entre la candidez infantil y sus explosiones de agresividad... Pero, al mismo tiempo, es posible rescatar espacios de ayuda al otro, oasis quizá insuficientes para encontrar un hilo de esperanza. Por ello, podemos establecer una relación con La mujer de arena, novela de Kôbô Abe publicada poco después, y que también es una alegoría de las disfunciones en nuestras sociedades.
Entre los recursos estilísticos de Arrancad las semillas, fusilad a los niños destaca la insistencia en mostrar el interior de los cuerpos, tanto de personas como de animales, tras ser violentados por otros seres humanos. De esta forma, los agresores se presentan eficazmente como bestias que han animalizado a sus víctimas. Es decir, no hay ninguna voluntad de escandalizar convirtiendo el sufrimiento extremo en espectáculo, sino una elección narrativa para transmitir una idea, dentro de la densidad lingüística que caracteriza su narrativa. Lo físico se convierte en espejo de lo psicológico, como en este ejemplo:
Cuando nos quedamos solos y a oscuras en el santuario del templo, un olor muy peculiar que, como consecuencia del trabajo de la mañana, impregnaba nuestros cuerpos, nuestras ropas y, sobre todo, nuestras almas, se fue mezclando lentamente con el aire viciado de la sala. A pesar de ello, nos esforzamos por conciliar el sueño cerrando los ojos tanto a lo que ocurría fuera de nuestros cuerpos como en su interior (...).
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Sunny Sunny Ann! es un manga muy cercano al cómic independiente europeo y, sobre todo, norteamericano, por el contexto de la historia y su carácter de road movie. Ann se construye en la ficción como ser real y, por tanto, complejo, que debe negociar con sus dudas y aspiraciones, a veces contradictorias, mientras enfrenta la violencia masculina.
Esa misma pretensión de reflejar fielmente el mundo actual lleva a Miki Yamamoto a recrear cuerpos reales y vestidos con vida propia, composiciones de página, encuadres y planos tan variados como sus viñetas multiformes -algunas, incluso, parecen tener la forma de las ventanillas de los coches a través de las que se observa el mundo-. La misma flexibilidad se encuentra en la narración: Ann es a veces protagonista y otra una acompañante casual; con su mezcla de dureza y solidaridad, violencia y cuidados, evita romantizar la vida nómada o idealizar a su protagonista.
Siempre aprenderás algo de todos. Abbie, el mundo entero es tu madre. Porque te lo enseña todo. Tanto lo bueno como lo malo. Vamos. Tú puedes ir sola.El final abierto evita la tentación moralizante o dogmática. Parece no querer dar respuestas, sino, en todo caso, presentar una forma de vida elegida, en la que se aceptan tanto los pequeños placeres y libertades como sus consecuencias negativas (¿quizá minimizando el riesgo de exclusión y afectación psicológica?), asumiendo de forma consciente los riesgos y aquello que, inevitablemente, se pierde.
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Kagemusha forma parte de la etapa final en la filmografía de Akira Kurosawa y anticipa preocupaciones y recursos narrativos presentes en películas posteriores, como Ran y Sueños. Su director había superado un intento de suicidio provocado, en parte, por la pérdida de relevancia en su país natal y las consiguientes dificultades para obtener capital para generar nuevas obras; además, el equipo que le había acompañado durante décadas comenzaba a desmembrarse y veía cómo la vejez y la muerte estaban cada día más cercanas. Por tanto, en las tres obras late, usando el color como elemento narrativo fundamental, la preocupación por dejar un legado valioso al final de la vida.
Y, al mismo tiempo, recupera la reflexión sobre las desigualdes sociales, la lealtad, el amor en la familia y la identidad que podía verse en obras muy anteriores de género negro: El perro rabioso y El infierno del odio.
Kagemusha es un drama histórico en el que, con las habituales licencias (aunque la posibilidad del doble parece ser más que factible) y centrándose en Takeda Shingen, se presenta el ascenso al poder del clan Tokugawa a partir de la batalla de Nagashino. Pero quizá su dimensión más importante sea la que nace de un protagonista que, al asumir otra naturaleza (maravillosa la gestualidad de Tatsuya Nakadai), se convierte en alguien diferente y, al mismo tiempo, añade nuevas características -mejora- al ser original. Frente al egoísmo del hijo al que se le niega la herencia, el nuevo Takeda destaca el cariño hacia el nieto; ese es, quizá, el elemento central de la película.
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