miércoles, 11 de septiembre de 2024

Fantástico y cotidiano

Hiroko Oyamada, Agujero (Ana, 2014)
Yukiko Motoya, Selección automática (Anata ni ososume no, 2021)
Hiromasa Yonebayashi, Arriety y el mundo de los diminutos (Karigurashi no Arrieti, 2010)

La introducción de elementos extraños o fantásticos dentro de la vida cotidiana es un recurso narrativo familiar para el club de lectura. Por ejemplo, nos hemos encontrado con él en algunos relatos de autoras contemporáneas, animes (Your name, Wolf children) o películas como Nagasaki. Recuerdos de mi hijo. Incluso le dedicamos al género una sesión específica, en la que ya leímos relatos de Yukiko Motoya; esta vez, os proponemos obras que hablan, entre otras cosas, sobre comunicación e incomunicación.

Hace pocos meses, al comentar novelas que reflejaban la experiencia de la soledad, recordamos cómo Julio Cortázar defendía la eliminación de las fronteras entre lo que consideramos real y lo mágico, para permitir que lo segundo influyera en nuestras vidas. Aunque no lleguemos tan lejos, podemos comprobar en las historias de Hiroko Oyamada que añadir elementos fuera de lo común nos permite ver con más claridad lo que, por habitual, hemos dejado de percibir.
La escritora japonesa ha planteado la misma idea en varias entrevistas: «Lo real y lo fantástico, lo ordinario y lo extraordinario son indisociables. Aquello que hemos creído siempre ordinario y real también puede contener algo extraño y casi delirante» (eldiario.es); «En nuestras vidas cotidianas ordinarias hay un elemento de lo extraño, de lo inusual, tal vez de locura. Todas estas cosas forman parte de nuestra vida, pero creo que lo que sucede es que muchas veces nos acostumbramos a ello en el transcurso de nuestras vidas y no las vemos o no nos percatamos de ellas» (JFNY Literary Series).
«(...) Yo creo que no tienen interés. O puede que no lo vean, simplemente (...) No son el tipo de persona que se va  fijando en un animal que camina por ahí, en la cigarra que vuela por allá, en el trozo de helado caído en el suelo, en el hikikomori. No se fijan. Son personas que no miran, vaya. Los que no quieren ver no ven. También hay muchas cosas que tú no estás viendo.»

«(...) me parece enfermizo, pero será que los humanos somos así, siempre hay alguien que tiene que sufrir. Solo espero que no te toque a ti. Pero tú elegiste esto por voluntad propia...» «¿Qué quieres decir con "esto"?» «Me refiero a aceptar esta especie de corriente que te arrastra. "Eso" de lo que hui yo.»
Entre el calor sofocante del verano y una nevada imprevista en invierno, la autora nos sitúa en entornos rurales y comunidades cerradas, donde se ven obligados a permanecer habitantes de la ciudad, narradores en primera persona de su propia desorientación. Su capacidad de generar ambientes a partir de la atención a los detalles y a las sensaciones físicas subraya con eficacia reflexiones sobre temas recurrentes:
  • Una visión crítica de los efectos del capitalismo, concretados en cómo la inestabilidad laboral y la desigualdad de ingresos determinan las relaciones sociales y las expectativas de pareja.
  • La maternidad y la crianza como vías alternativas al trabajo para cumplir con la exigencia social de ocupar un rol productivo... y evitar el cuestionamiento o la invisibilización.
  • Todo lo que desconocemos y nos separa de los otros -los silencios y el tiempo que no compartimos-.
  • La presencia constante de lo violento y la muerte en la naturaleza y en nuestras vidas.
El Agujero físico funciona como una imagen clara del pozo en el que se encuentra su protagonista, así como de la importancia de mirar el mundo desde otra perspectiva. Sin comadrejas es un ejemplo perfecto de la tesis de Ricardo Piglia acerca de cómo un cuento siempre cuenta dos historias, que en la tradición del relato contemporáneo conviven permanentemente. Y Una noche en la nieve muestra cómo el narrador se encuentra cada vez más distanciado de los demás: comienza por no compartir la bebida y la comida; continúa mostrándose incapaz de relacionarse con el bebé con el mismo afecto que el resto de personajes; finaliza alejado de las emociones más profundas de su esposa, sin formar parte de eventos vitales.

En Selección automática, que reúne dos novelas cortas, Yukiko Motoya continúa con la representación crítica de la sociedad actual y de las relaciones interpersonales que aparecía en su anterior recopilación de cuentos, Mi marido es de otra especie. Sin embargo, aquí opta por ser mucho más explícita en comparación con las metáforas que dominaban su anterior obra; crea un drama sin esperanza que deriva hacia la reflexión existencial y una comedia del absurdo que bordea lo trágico.
(...) ¿Te refieres a vivir como ser humano? Lo raro es querer buscar un sentido a lo que nos humaniza.
(...)
-Oshiko, ¿tú no quieres que tus hijas, Hara y Tsumu, vivan como seres humanos de verdad?
-¿Como seres humanos? Eso es imposible -repuso ella sin poder aguantarse la risa.
La primera historia genera un intenso desasosiego. Es una distopía muy factible al describir una forma de vida ahora considerada deseable por muchas personas, mientras olvidan (u obvian intencionadamente) cómo las elecciones tecnológicas impulsadas por el mercado y la política tienen consecuencias personales y sociales. Nos plantea preguntas sobre nuestra identidad y la posibilidad de encontrar formas de resistencia eficaces. Específicamente, recuerda la importancia de desarrollar una inteligencia artificial dirigida a mejorar a los humanos -usándola para ayudarnos a desarrollar nuevas competencias- y no a aumentarlos -con máquinas realizando tareas de manera más productiva- (una distinción propuesta hace varias décadas por Warren Brody y recuperada por Evgeny Morozov).
Es inaudito que diga que en una situación excepcional como esta no está bien que, sin pensar en los demás, hagamos acopio excesivo de agua; es irresponsable hablar así cuando nuestro deber es garantizar nuestra libertad y nuestro derecho de acción. La gente que habla sin tener en cuenta este aspecto y alude al vínculo entre las personas o al comportamiento ético de los japoneses resulta un incordio, una molestia para los demás.

-Lo más natural es tirar la basura en los jardines de gentuza como esa. Hay que hacerlo así. Y, si les disgusta, que se apañen y se apliquen a limpiar más a menudo.
Mis eventos (la propia autora ha realizado su adaptación teatral) nos enseña que la sátira es una vía perfecta para denunciar la irracionalidad e inhumanidad de muchas corrientes de pensamiento en alza: preparacionistas, libertarios, fieles de la religión meritocrática, anarcocapitalistas, ultraliberales... Todos comparten algunas creencias: tener más dinero legitima acceder a más derechos, quienes sufren lo merecen por no haberse esforzado lo suficiente, es lícito externalizar a los más débiles los efectos negativos de mi conducta. Pero olvidan que, en algún momento, beneficiarse de la desigualdad genera consecuencias. Este cuento es una buena oportunidad para cuestionarnos cuánto espacio y atención públicos prestamos a personas con un discurso tan burdo como el de Katsuyuki.

Como contrapunto a dos obras centradas en la separación entre las personas, Arriety y el mundo de los diminutos aboga por la unión entre diferentes que reconocen su fragilidad e interdependencia. Como en otras películas de Miyazaki -aquí coguioniza la adaptación de la novela Los incursores-, hay un alegato ecologista y una advertencia sobre el papel destructor de los humanos. La protagonista vuelve a ser una valiente niña-adolescente en su paso a otra etapa vital, simbolizada en el descubrimiento de un nuevo mundo exterior.
Pese a las diferencias de tono con los cuentos que incluimos en esta sesión, el anime tiene también puntos de coincidencia: como Agujero, nos invita a descubrir la realidad desde nuevas perspectivas y, al igual que Mis eventos, propone una fábula social.

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